...El miedo aparece. Adentro. Como si en la cabeza agujereada de un espanto. Está. Y mueve las acciones de los dedos, hasta el extremo de la desesperación de la escritura. Pero los mueve. Lo comprobé hace poco. Cuando en la noche rosada, F sonrió en el extremo de la cama. Miraba desorbitado los techos de la caverna, como si buscara una respuesta a algo. O no, más bien. Como si en contacto con el Sueño. Se hubiera descubierto un rostro familiar y lo amase, más, mucho más, que a mí.
El dolor fue intenso. Caído desde las estalactitas diamantinas del arriba. Se enroscaba. Y un momento. O no. Otro momento. El Niño F ya no era. No. Era. Una Niña F. Con cabellos amarillos y garras de gilletes. En la luz de la noche. Allí. Se suspendía en el espacio con sus pechos inflamados. Desde lejos. Como si una vez. El dolor seguía incontenible. Desde adentro para afuera. Hasta bien afuera. En las siluetas femeninas del Niño-Niña que en la noche aterrorizaba en pleno sufrimiento. Amando a otro. Al otro. O a los Otros. Del Sueño. Como si quisiera. Como si le fuera necesario. Estar, ser, terminar en el Sueño.
Mamá, gritaba, Mamá y después Pa… Y las llamas lo envolvían hasta elevarlo y no podía, no, frenar, contener esa metamorfosis. Los cabellos largos envueltos en la desnudez de su sexo. Volando como persiguiendo sombras que no eran. La demencia. Tuve que idear una manguera y la abrí y lo apagué. De tanta agua. En plena humedad. Sofocadora del oxígeno. Y cayó la Niña F apagada como una vela entumecida en un vaso de agua. Y la recogí. Ya no era F. Era la F. La Niña.
Desde hacía ratos. Que algo sucedía. Nunca creí en Despejador. Nunca. Porque hasta entonces era el Niño. Y si el amor nos había salvado, tendría que volver a hacerlo. Por eso el miedo. Porque desde que empecé a acercarme a Luba. Como si cada vez que aparecía F, en plena comilona de la loba. Cada vez, titubeara más que de costumbre. Y podía advertir, podía, que dejaba de ser F para pasar a ser la F. Un dolor insoportable. Hasta esta noche en que el dolor no quiere irse. Abre huecos en adentros. Porque la mujer pareciera quedarse para siempre. Tendida y mojada sobre la cama.
Y nunca le temí al amor, como hasta ahora. Porque también intentará salvarnos. Si deseo el deseo y se cumpliera. Si la Ficción volviera a alterar la realidad y no tuviera que convencerme del engaño. Temo que el amor ahora, lo desaparezca para siempre. Con sólo desearlo. Por no ser más el Niño F, sino la Niña. Si lo desaparece el amor que inventa. Me censuro. He decidido no volver a pensarlo. Pero temo que del pasaje al Sueño, la ahora Niña no se salve. Por mi mero deseo, por el poder de hacer que el mundo se pliegue. ¿Y qué hago? Si el amor ha de salvarnos, el verdadero amor, que lo haga de una vez, porque no quiero ser también el Héroe criminal…
El dolor fue intenso. Caído desde las estalactitas diamantinas del arriba. Se enroscaba. Y un momento. O no. Otro momento. El Niño F ya no era. No. Era. Una Niña F. Con cabellos amarillos y garras de gilletes. En la luz de la noche. Allí. Se suspendía en el espacio con sus pechos inflamados. Desde lejos. Como si una vez. El dolor seguía incontenible. Desde adentro para afuera. Hasta bien afuera. En las siluetas femeninas del Niño-Niña que en la noche aterrorizaba en pleno sufrimiento. Amando a otro. Al otro. O a los Otros. Del Sueño. Como si quisiera. Como si le fuera necesario. Estar, ser, terminar en el Sueño.
Mamá, gritaba, Mamá y después Pa… Y las llamas lo envolvían hasta elevarlo y no podía, no, frenar, contener esa metamorfosis. Los cabellos largos envueltos en la desnudez de su sexo. Volando como persiguiendo sombras que no eran. La demencia. Tuve que idear una manguera y la abrí y lo apagué. De tanta agua. En plena humedad. Sofocadora del oxígeno. Y cayó la Niña F apagada como una vela entumecida en un vaso de agua. Y la recogí. Ya no era F. Era la F. La Niña.
Desde hacía ratos. Que algo sucedía. Nunca creí en Despejador. Nunca. Porque hasta entonces era el Niño. Y si el amor nos había salvado, tendría que volver a hacerlo. Por eso el miedo. Porque desde que empecé a acercarme a Luba. Como si cada vez que aparecía F, en plena comilona de la loba. Cada vez, titubeara más que de costumbre. Y podía advertir, podía, que dejaba de ser F para pasar a ser la F. Un dolor insoportable. Hasta esta noche en que el dolor no quiere irse. Abre huecos en adentros. Porque la mujer pareciera quedarse para siempre. Tendida y mojada sobre la cama.
Y nunca le temí al amor, como hasta ahora. Porque también intentará salvarnos. Si deseo el deseo y se cumpliera. Si la Ficción volviera a alterar la realidad y no tuviera que convencerme del engaño. Temo que el amor ahora, lo desaparezca para siempre. Con sólo desearlo. Por no ser más el Niño F, sino la Niña. Si lo desaparece el amor que inventa. Me censuro. He decidido no volver a pensarlo. Pero temo que del pasaje al Sueño, la ahora Niña no se salve. Por mi mero deseo, por el poder de hacer que el mundo se pliegue. ¿Y qué hago? Si el amor ha de salvarnos, el verdadero amor, que lo haga de una vez, porque no quiero ser también el Héroe criminal…
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