martes, 20 de julio de 2010

IV. POSDATA

He tomado la decisión de poner a circular estas voces. La aparición fue rara; pero fue. ¿Y si ustedes hubieran estado en mi lugar? ¿No hubieran hecho lo mismo? No jodan. Sé que sí. No es una locura. Menos un delirio. O tal vez sí, un delirio de los acontecimientos de nuestro futuro. Pero es con la determinación de estas palabras. Es. No. No soy abstracto, menos un tarado que no sepa lo que hace, desde el lugar que lo hace y lo que esto puede provocar. Pero la provocación es, al fin de cuentas, lo que impulsa. Incluso esa aparición de los elegidos, su escritura, su pasaje del futuro al pasado. Al menos eso pienso.

Y no se trata sólo de la provocación banal de una temática. No. Es la provocación como forma. De escritura y de lectura. Desde el resentimiento de la represión. Como una fuerza que se hace estructura, carne, en la palabra y que está conducida a reinventar la tesis. Porque creo, hoy, después de haber leído las voces de los elegidos, que las tesis que sostienen es una mera insistencia que chapotea en el vacío de los significantes de sus vidas. O sea, como si sus vidas, la hubieran inventado. A la tesis. Pero que, por eso mismo, se vuelve real. Porque la tesis es, al fin de cuentas, una provocación como forma de la vida en una voz. Rarificada. Como los elegidos. Y es.

Dejen de sospechar de mi cordura. No fui yo, al fin de cuentas, quien escribió esto. Creo que se hizo solo. Es tan independiente de mí como el mundo de los elegidos. Y hasta aquí llegó, sin embargo. Yo fui su lector. A lo sumo, su editor. No su escritor. Eso sería adjudicarme una autoría que sólo le compete al Niño C, o a Despejador o a Luba. A sus voces. A la historia de sus voces, únicas, irrepetibles. Independientes de cualquier lector. O Dios ejecutante o lo que se le parezca.

¿Pero qué hubieran hecho, qué –todavía no me lo responden– si una noche, mientras integraban al blog unos poemas, o unos trazos de escritura, la luz por sorpresa se les cortaba y , luego de un silencio de tipeo y de ruidos nocturnos, volvía y ahí, en la pantalla, como un argumento de ciencia ficción o fantástico –los límites son indiscernibles, a veces, sobre todo en este país– parpadeaba un archivo con un ícono similar al de los Transformers y clickeabas sobre él y, así como si nada, de golpe, las palabras extrapoladas de otro mundo se metían por tus ojos y ya no podías parar, no, de leer, hasta el final y hasta entender tu rol en ese legado a contrapelo? ¿Qué, decime, qué?

¿Y si después, cuando creíste que todo había sido un error de la red, varios días después de haber leído las historias y descartarlas, como un mero incidente, de esos que pasaban, por ejemplo, con los teléfonos, cuando una línea se ligaba con otra y que atribuiste, seguro, a un escritor novato e imperfecto, que se había dedicado a decir cualquier cosa, una detrás de otra y, dada su condición, la había enviado a la dirección IP equivocada; luego, al contrario, volvía a insistir la palabra con sus realidades y otro archivo, más chiquito se agregaba a ése y también volvía a rebotar en tu pantalla y cuando leíste comprendiste la gravedad y lo que implicaba y dudaste y ya no pudiste contener la incertidumbre? ¿Y si era real? ¿Si eso era? ¿Si El Niño C había enviado la selección de Luba porque ese mundo estaba desestabilizado hasta lo insostenible? Porque nadie puede asegurar nada. Ni lo que es ni lo que no. Salvo que sea un Despejador. O un mentiroso. O Descartes. Porque sólo él puede pretender que la duda lleve al conocimiento. Sólo él. Cuando no, la duda lleva a una cadena de dudas y no hay posibilidad de detenerlas o de decir hasta acá.

Y caí en ese mundo. Y creí en él. No sé cómo. Pero era demasiada coincidencia. Dos archivos, separados por días, volvían a insistir en la pantalla de la computadora. Ninguna casualidad. Y entendí que, al fin de todo, en el fondo de todo, había una creencia. No religiosa, no. Incluso racional de tan irracional que eso hacía que uno lo sintiera en el cuerpo como una puntada o una necesidad o una provocación de cambiar el parámetro de lo posible. Como en la buena literatura donde todo; pero absolutamente todo, es posible y, por eso mismo, lo imposible se hace real. Por mera provocación. Como de una Bestia domesticada en la fuerza de la palabra. Y en todos los sentidos. La Bestia. Que se hacía sentir y se volvía necesidad, comprensión de una necesidad que si no se satisfacía, entendía, sí, eso, racionalmente, entendía que iba a morir.

Y acá estamos. Satisfaciendo lo que la palabra carnifica. Porque a cada rato el verbo se hace carne. A cada rato. No sé, ya dije porqué, no sé quién tiene o no la verdad en ese mundo. Ya dudo de lo indudable. Sobre todo por el segundo archivo que llegó desde la red. El primero, creo comprender, era el que Luba había entregado al Niño C. Para que éste decidiera hacérmelo llegar, debió haber pasado algo grave. Terrible. Lo comprendí cuando llegó el otro archivo. Con fragmentos cortos de la continuidad de las historias que ya leyeron en el primero. O no. Quién sabe. Tal vez con otras selecciones escamoteadas de lo simultáneo de las historias. Pero acá está. No debió haber sido C quien lo enviase. Tuve la sospecha o, mejor, la imaginación de ensayar dos posibilidades. Y para mí no hay otras. En el silencio de contacto que he mantenido con ese mundo desde entonces, lo único que me queda es ensayar con la imaginación dos alternativas.

No era C el que envió este segundo archivo. Jamás se lo hubiese permitido por cómo queda parado. En el primero, sí. Él parece una figura boba del espectáculo sin maldad alguna. Tan sólo arrojado a las circunstancias del deseo y/o del destino. Pero en este otro… Por eso, no pudo ser él quien lo enviase. Para mí o fue Luba que usó el mismo aparato que C debe haber inventado para viajar en el tiempo o fue F, quien, angustiado por la revelación que se hace real en las palabras de estos fragmentos, hizo lo propio. Esta segunda hipótesis me parece la más adecuada. Cuando ustedes lean el documento, lo entenderán.

Y no importa la receptividad que tengan ya para creer en las máquinas del tiempo. No. A pesar de su insistencia estereotipada que, ustedes pueden sostener, siempre aparece en pseudo-argumentos de pseudo-películas, no hay vestigios hasta el presente de su existencia; pero tampoco de su inexistencia. Estamos más a menudo de lo que suponemos en contacto con el futuro, con gente del futuro. Una vez, cuando yo era chico, mientras la má salía a tender la ropa, una luz verde flúor traspasó la ventana y los agujeros de la puerta de madera azul carcomida. Lo único que oí, desde afuera, fue un ruido ensordecer y el grito de la má que, acto seguido, entró corriendo con la ropa colgando y cayéndosele, desesperada. Cerró con un portazo y se paró, los ojos desorbitados, mirando eléctrica el vacío del techo. Respiraba como un lavarropas recargado a punto de explotar. No salgas afuera, me dijo. Y yo que le preguntaba porqué y qué era esa luz que seguía llenando todo, todo. No sé. Pero no salgas.

Siempre me quedó la duda de qué había sido aquello. La má decía que era una especie de nave o de helicóptero que giraba arriba y que se detuvo envolviéndola con una aureola de luz bajo el tendedero alargado en el patio con cañaverales. Yo sospeché desde entonces, creo que tenía tres o cuatro años, que eran marcianos o no, que eran seres de otra época que habían venido a protegernos de los golpes del pá, porque sabían que nosotros, nuestra estirpe, era fundamental en la continuidad del tiempo. Éramos sus próceres, sus elegidos. Y creo que la coincidencia entre este documento que acabo de publicar para ustedes y esa anécdota adquiere ahora toda su realidad. O no, mejor, una interferencia fundamental que, desde el interior de la Bestia que impulsa, que mueve, resignifica cualquier balbuceo.

Lo que sí, sea o no correcta alguna de las hipótesis que señalé, o sea, sobre la autoría de este segundo documento, es claro que tenemos que encontrar a Zevi o al Sabio Loco. He hecho todo lo posible. En los buscadores, el primero apenas si arroja unos resultados parciales: un personaje de ficción, un jugador rumano de fútbol, un accionista de Wall Street, un streaper famoso latinoamericano. El segundo se multiplica en mil páginas. Creo entender que se debe a que es el prototipo del prototipo, es decir, la corroboración indudable de que todos los sabios están un poco locos y que, por lo tanto, El Sabio Loco puede ser cualquiera. Es por eso que decidí publicar, al menos, estos dos archivos. Con la esperanza de que llegue a ellos.

Como decía Luba, tal vez lo más correcto sea sacarlos en un libro. Porque el sistema de los libros hace que ciertas cosas se legitimen sobre las otras y, en ese punto, como personajes conectados a la cultura que deben ser, digo, Zevi y el Sabio Loco, si este documento es consagrado, legitimado, ellos van a poder acceder a él, porque operará un criterio que lo haga sobresalir, siquiera momentáneamente, dentro del magma de historias que se publican a diario. Por eso desistí de la web; aunque, debo reconocerlo, es el único medio que tenemos para poder decir algo aquéllos que carecemos del dinero innecesario para fruslerías. Porque, les juro, he hecho de todo para dar a conocer las voces de los elegidos. Nunca pensé que fuera tan difícil conseguir que algo saliera en el circuito de la escritura. Se publican tantas cosas que suponía que era como matar una mosca indefensa con Raid.

Pero no. Llegué a comprobar que uno o paga o inventa las condiciones para su circulación. Opté por la segunda; dada mi pobreza originaria, no puedo pagar nada, menos tirar la plata en una actividad insignificante como la lectura –aunque, como suele ocurrir, de esa inutilidad extrema, dependa la posibilidad de toda producción. Que publiquen quienes puedan o los que lo consigan. A mí me queda buscar alternativas, girando en el vacío de las posibilidades hasta crear o empujar una. Y aquí estamos. Sin embargo. En la posibilidad plena de la búsqueda de circulación de los elegidos. Del intento de llegar a Zevi o al Sabio Loco para lograr su redención.

Pero es suficiente de mí, de estas anécdotas. Ya no hay necesidad de mis chapucerías. Ustedes sabrán si creen o no en la Historia. Ustedes sabrán determinar cuál de las hipótesis anteriores es o no la más acertada. Los dejo con el segundo documento, con las dudas de sus voces. Al fin de cuentas ellos son los elegidos. No yo. Se darán cuenta, a simple vista, de que es breve. Y fragmentario. Quien envió estos fragmentos, debió haberse convencido de que lo anterior era, cuanto menos, insuficiente, que nos dejaba demasiado tranquilos y que, a pesar del esfuerzo de Luba, no íbamos a hacer nada para que sus voces llegasen a Zevi y al Sabio Loco. Con este nuevo y pequeño archivo que apareció y que adjunto al anterior, estoy convencido de que van a entender la importancia central de llegar a los únicos dos que pueden dar vuelta el futuro.


Primer fragmento

Segundo fragmento

Tercer fragmento

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